En el pueblo de Chía, encomendado en don Juan de Artieda, se evidencia la existencia de una iglesia anterior, construida con bahareque y paja, como tantas otras del último cuarto del siglo XVI. Por otra parte, Juan de Artieda debía buscar algún oficial que se pueda hacer cargo de las obras de construcción del templo. Una vez lo hubiera encontrado debían presentarse en la Audiencia para que se concertaran ambas partes y se pudiera llegar a un acuerdo de construcción, beneficioso para ambos. La escritura que se derivaría de esta reunión y las condiciones que debían figurar en ella debían ser las dadas y concertadas en otros contratos de obras, que se habían redactado para la construcción de las iglesias de doctrina de otros pueblos del Altiplano.
El 17 de julio de 1604 se firma finalmente el contrato de obras para la construcción de esta iglesia 3. En el preámbulo del texto el encomendero Juan de Artieda realiza un alegato sobre las obras ya construidas y la situación real del edificio. En este sentido, corrobora la existencia de una iglesia previa de bahareque y paja que resultaba insuficiente en sus dimensiones para dar cabida a la población de Chía, que era un repartimiento muy numeroso. Afirma que en la plaza del pueblo se había comenzado a construir en los años anteriores un nuevo templo a cargo del oficial albañil Alonso Hernández, que se hizo cargo de él mediante concierto.
Este oficial había sacado los cimientos en toda su extensión y sobre algunos de ellos había empezado a levantar algunos lienzos de pared. Por otro lado, se había empezado a abrir las zanjas para conformar los cimientos de contención del arco toral que debía establecer la diferenciación entre la capilla mayor y su única nave. Y por último, se habían empezado a hacer los cimientos de la sacristía.
Las dimensiones generales del edificio parecían ser suficientes para acoger la población, siendo de 170 pies de largo por 32 de ancho. La cimentación resultaba fuerte, pero con la adición de algunas rafas de piedra el edificio quedaría bien conformado para soportar el peso de la cubrición.
En cumplimiento de la sentencia que se le impuso a Artieda, se embargó el importe por valor de una tercera parte de los gastos de obra y se obligó a buscar un oficial competente que se hiciera cargo de la construcción. El encomendero decide concertarse de nuevo con Alonso Hernández, con quién se personó en la Audiencia para establecer y fijar las condiciones con las que se debía construir el templo.
Se decide aprovechar la cimentación hecha y por lo tanto se respeta las dimensiones generales del templo, que se considera suficiente. Sin embargo, se impone como condición que se conformen ocho estribos de piedra, cal y ladrillo que ayuden a contener los empujes de las paredes y su cubierta. Estos estribos debían tener cimientos propios que debían trabarse a su vez con los generales.
La altura general se fija en 6 tapias. La iglesia, separada por el arco toral, debía tener en la capilla mayor un altar que debía ubicarse dentro de una hornacina que debía realizarse en el muro testero. Este altar estaría rodeado por un pretil o baranda elevada por unas gradas del suelo. Esta disposición, al parecer, sería la misma de la iglesia de Guasca de la Real Corona, la cual se toma como modelo en la descripción de esta capilla.
En los pies del templo se anexaría un pequeño soportal de 10 pies de profundidad. La portada principal debía realizarse con ladrillo, dispuestos de tal manera que en su despiece conformara un arco de medio punto. Este muro ascendería por encima de la línea del tejado, sirviendo de base para la disposición de una espadaña de dos ojos, es decir, con dos ventanas rematadas por arcos de medio punto que cobijarían dos campanas con que llamar a la misa.
El cuerpo de la espadaña se diferenciaría con la incorporación de una cornisa que separaría la fachada en sus dos vertientes, de cierre del templo y de campanario.
Las directrices establecidas para la sacristía se mantienen a lo ya construido, debiendo proseguirse su construcción con las dimensiones y con las condiciones con que se había comenzado a levantar años atrás, aunque con la salvedad de tener que conformar una portada de ladrillo en su acceso desde la capilla mayor. Se menciona, igualmente, la obligatoriedad de abrir ventanas en el cuerpo de la iglesia, en la capilla y en la sacristía, aunque no se establece su número ni su ubicación, dejando este apartado al criterio del oficial, que tras levantar el edificio debía entregarlo encalado tanto por el interior como por el exterior. Además de la armadura se establece como condición la realización de otros elementos de carpintería. Entre ellos destacan las puertas clavadizas destinadas a cerrar la portada principal y la entrada a la sacristía desde la capilla mayor. El plazo estipulado para la construcción de esta iglesia se fijó en dos años que empezaba a contarse desde el día siguiente de la emisión del contrato. Hernández debía percibir por su trabajo 1.200 pesos de oro de trece quilates librados por el sistema de tercios.